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ISSN 1989-4163

NUMERO 08 - DICIEMBRE 2009

 

El Recuerdo

Guillermo Cuervo

Llegué a la casa minutos antes que los demás y quise entrar para echar una mirada. Subí los escalones tapizados de esa ajada alfombra verde musgo pisada tantas veces desde la infancia: entraba, acaso por última vez, a la casa de mi abuela.

Arriba, al final de la escalera, la puerta cancel blanca me dio paso al espacioso comedor. Lo abarqué con la mirada: la mesa inmensa, las sillas de madera con asiento de roja cuerina a su alrededor, los platos de adorno colgados en la pared revestida de machimbre. Al fondo, el aparato viejo de aire acondicionado y a su lado el mueble donde aún están guardados esos manteles tan grandes que no usaremos más.

Me pregunté porqué conservaba sólo recuerdos genéricos de ese lugar; porqué no era capaz de traer a mi memoria ningún episodio concreto. Sólo venían a mi cabeza escenas, ambientes, quizás generados por el contraste de encontrarme ahora ante ese comedor tan vacío y abandonado. Supo estar repleto de gente: lo recuerdo ruidoso, con las fuentes llenas al centro, las sillas repartidas a su alrededor con toda la gente, mi familia. Los niños, que éramos nosotros, corríamos a los costados y los gritos de nuestras madres intentaban sosegarnos sin éxito. El barullo general se sumaba  al tintineo de platos y metales provenientes de la cocina, donde la abuela se afanaba en su magia culinaria inundando el comedor de aromas prometedores, y allí, sobre esa misma mesa, nuestros adultos tejían sus conversaciones largas, tal vez hablando del futuro… mi presente.
Poco más recuerdo…

Reflexioné que, como todo ser vivo, las familias también mueren y con ellas sus hogares. Lo que contemplaba yo entonces era el cadáver del comedor familiar de mi infancia: un fósil,  un viejo esqueleto vacío, cubierto por un manto de polvo que como un tul lo opacaba aún más. Polvo, pensé, al que todos vamos inexorablemente.

Me devolvió a la realidad el ruido de pasos que subían la escalera: eran los muchachos que venían por los muebles. Me preguntaron por dónde comenzar. “Por donde quieran” dije, intentando disimular mi turbación.
Ya no supe si continuar mi visita por esas estancias muertas.

 

 
 

Recuerdo

 

 

 
 
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